En la Mesopotamia, contra el fondo de las tierras rojas, parece forjada con diamantes en ebullición. En la ribera del Nilo —entre el limo negro de Egipto— es de lava al rojo vivo, y al rojo blanco en Arcadia, donde limnátides y dríadas —por lagos y bosques— persiguen la mancha del que una vez fue el fulgor de la corte celestial. A su paso, el Mundo guarda silencio y los mares contienen la respiración y las estrellas se apagan de vergüenza cuando sale de noche. Ni siquiera los ángeles consiguen sustraerse a su encanto —Dios mismo le tiene tirria. Es la sombra de Satanás.
Rubén Pesquera Roa ©
México
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